Garzas viajeras, novias leves del azul 
con rumbo norte salpicando el cielo van 
y aqui mi río espejo muestra su vuelo               
como si fuera un pañuelo que enero lavando está.

22 marzo 2010

Isla del Sol

Compramos provisiones en la feria y tomamos un bus a Copacabana. Los últimos kilómetros del viaje se pasaron entre un constante juego, en el que los cerros disponían cuándo esconder o dejar a la vista el lago Titicaca. Hasta que los sorprendió el cansancio y dejaron al desnudo ese tremendo espejo para que nuestros ojos abreven fantásticas historias.

Cortando clavos por miedo a que se hunda la balsa!

Apenas llegamos a la ciudad conseguimos donde dormir, y ya establecidos recorrimos un poco mientras averiguábamos botes para cruzar a la Isla.


Las comunidades de Isla del Sol son 3: Yumani (sur), Challa (centro), y Challa Pampa (norte). Sur y norte son las zonas explotadas turísticamente por sus templos y construcciones. Flor ya había estado en Challa un par de años antes y conocía dónde parar; se reencontraría con Juan, Rita y sus hijos que le habían dado atención y comodidades desde esa cariñosa humildad. Era lunes, sólo debíamos esperar al miércoles para partir, día en que los Challas viajan a la ciudad para aprovisionarse.

Durante el día caminamos por las orillas, leímos, escribimos, vimos atardeceres entre mates y besos. La noche nos volvió a encontrar tocando para los gringos.


Una vez más íbamos a evitar el malón de turistas. La tarde del miércoles salieron siete botes hacia la Isla repletos de cámaras fotográficas, cabelleras rubias y lentes Ray Ban y solo dos con lugareños. En uno de ellos, mezclados aunque sin pasar desapercibidos, nosotros.

Un espejo de agua abierto en el altiplano, donde la altura corta el aliento, guarda el secreto del origen del imperio incaico, la fuente de una cultura que sigue proyectando su luz, después de años de oscuridad, sobre la civilización que se le impuso. El Lago Titicaca, en el pasado venerado por los incas y hoy considerado como uno de los lugares más puros del mundo, es el origen de este imperio. Las leyendas abundan: una de ellas asegura que el Sol y la Luna se refugiaron en sus aguas, en la oscuridad, durante los días del diluvio, y allí se encontraron los dioses que dieron origen al mundo.
También contaban los pobladores del imperio incaico que un día el Inca Manco Capac y su hermana y consorte, Mama Ocllo, salieron de las aguas del lago con el mandato de su padre, el Sol, de fundar el imperio uniendo las culturas indígenas en nombre de la paz y la civilización. Ese imperio fue el Tahuantinsuyo, que tenía en esta región del Titicaca –hoy compartido entre Bolivia y Perú– un tesoro natural donde criar llamas y alpacas, cultivando quinoa, papa y café. En este “suyo” o región del imperio, además, las entrañas de las montañas eran ricas en oro y plata, los metales que los incas ofrendaron a los dioses... y los conquistadores a sus reyes.
Fuente: http://search.iminent.com/SearchTheWeb/v0/3082/newtab/Result.aspx#q=lago%20titicaca%20isla%20del%20sol&s=web&o=0


Confundidos en esa inmensidad, asombrados por la magnífica cantidad de agua cristalina que inevitablemente remite al océano, solo el helado viento del Illiampu nos despabila y recuerda que estamos en el altiplano, a un costado de la Cordillera Real. Arribamos a la comunidad Challa.


Las casitas con corrales y huertas están emplazadas en el cerro, los virtuosos del aire se impregnan de eucaliptos en la cima. Nosotros sacudimos nuestros zapatos retorcidos de polución, antes de pisar su labio de arena.


Buscábamos a Juan… “tiene un hostal” era la única referencia, sin embargo lo encontramos pronto. Le contamos un poco del viaje, que habíamos trabajado duro en La Paz para darnos un descanso y que teníamos intenciones de compartir nuestra música en la escuelita como voluntarios. El nos habló de sus labores, nos presentó la familia y dejó a nuestra disposición las instalaciones.
Era suficiente con el patio pero también nos atrevimos al baño y la cocina.


La trajinada carpa, de cara al lago hincha sus pulmones de aire puro, de dulces zampoñas, de yuyo silvestre, de berreo lejano y acuarela marina... de lluvias torrenciales y pescador en velero, de coloridas polleras, de canto aymara, de la sensual y burbujeante seda que barre la orilla en agitadas noches.

Muere de tos, esta carpa, cuando respira el baho de los grandes inversionistas en telecomunicaciones… que hablan de antena en el Cerro Sagrado con lengua afilada… que muestra el volver de un pasado en ruinas. Ayer con armas, hoy con diplomacia.



Aymar, Silvia, Doris, Erica y Jesica son los hijos de Juan y Rita. Tienen entre 3 y 12 años, aunque sus actividades e independencia los hace parecer mayores. Juegan en la playa, van al colegio, llevan a pastear las ovejas y cocinan con sorprendente organización. No hay autos ni motos que atropellen, tampoco delincuencia... basta con saber pisar firme en los senderos de montañas y darle a las aguas profundas el respeto que se merecen para no sufrir accidentes.


A diferencia de muchas playas con agua transparente y arena fina, sobre estas no desfilan familias con sombrillas sino contingentes de animales. Chanchos, burros, vacas, ovejas y cabras son arreadas desde temprano a los potreros de pastoreo y al atardecer, vuelven al corral. Las pulgas viajan en los animales… también sobre aquellos que tocan guitarra y duermen siestas en la arena. Nos enteramos a la noche en la carpa.

Probamos todo lo que estaba a nuestro alcance. Nos bañamos, sacudimos la ropa, las bolsas de dormir, sacamos todo al sol, vaciamos y limpiamos la carpa, pusimos ramilletes de ruda y muña muña pero las saltarinas resistieron. Con el cuerpo sembrado en ronchas alzamos la bandera de parlamento, y llegó el único remedio efectivo: la indiferencia.


En la Isla se cultiva choclo, papa, oca y haba. Todos tienen su quinta y su corral, motivo por el cual no hay comercio en la comuna, solo en ocasiones excepcionales.

Los mismos niños que nos rodearon en la playa pidiendo dulces y monedad acabaron dándonos de comer. Con varios juegos y canciones fuimos a la escuela. Nos divertimos mucho, casi tanto como los chicos y maestros. Pero costó explicarles que no habíamos hecho trámites para ser voluntarios como el profe de ingles de Alemania.



En Argentina no son tan accesibles las becas. Sólo sentimos ganas de compartir con ellos y necesidad de aportar en una escuela sin maestro de música. Vimos luz y entramos. Un curso se organizó y para el día siguiente llevaron un puñado de vegetales cada uno. Volvimos a “casa” con un bolsón de comida y en un eterno y feliz silencio.

Aymar y su hermoso rostro manchado por el sol y la arena

Celebrando la Pascuya (Pascua). Ofrendando el maíz cosechado a los maestros de la comunidad.


Tejíamos, charlábamos, leíamos bajo el Sol en el patio del hostal cuando llegaron tras algunas horas de caminata Adahia, Alex y Esterella.









Andaban bebiendo soles y se animaron a mordisquear algunas de nuestras canciones… nos mostraron un mundo ideal partiendo de lo esencial: nos dieron soluciones… en charlas, películas, libros, miradas y abrazos, de esos que te colman de aire.
Llegaron bajando el cerro, cruzando caminos, a “campo traviesa”… en su paso fue desaguando la fresca vida de los manantiales y ese caudal de energías como una bella señal desaguó en nosotros.








16 marzo 2010

La Paz (1ra parte)

Se acomodaría nuestro desorden intestinal mientras esperábamos que llegue el tren. Faltaban dos días para seguir hasta Oruro, tiempo suficiente para quitar de la vía las bacterias que nos impedían seguir viaje. Quizás el agua, la comida, las frutas o la misma altura… no sabemos precisamente qué fue, pero lo que haya sido pasó varias veces por nuestro cuerpo a lo largo de Bolivia. 

Fuimos a la estación a las 11 de la noche, dos horas antes de la partida, y las sorpresas se empezaron a dibujar en tiza sobre una pizarra: “TREN DE LA 1am DEMORADO, PRÓX HORARIO 3am”. No eran horas para andar en la calle así que nos preparamos para dormir en la sala de la estación. Cerca de las 3am arribó un tren que iba hacia otro lado y se bajaron decenas de cholas con sus enormes bultos y paquetones para la feria, prontas con cobijas para esperar el amanecer en la estación. Dormilona colectiva, enjambre de sueños.


Tiempo cumplido y ni noticias del tren. Ante los primeros reclamos la necia tiza no se hace esperar y dibuja un 6 como prórroga sobre el anterior alargue… y pinta en nuestros rostros los rasgos más hostiles.

La hora se cumple nuevamente y ya no hay excusas, nadie sabe cuándo llegará el tren.
El 6 se acuesta entre nosotros, cholas, cajas y yanquis que juegan póker entre cervezas y cigarros. Tres horas más tarde se levanta patas para arriba con el interminable pitazo.

Siempre encontramos algo positivo, inclusive al hecho de esperar ocho horas un tren. El paisaje hasta Oruro es muy bonito… o quizás es sólo uno más, distinto, contrastante. De lo nuevo y diverso, de ese impacto brota un asombro que nos roba por varias horas y hasta días todos los sentidos y un poco más.


Si salíamos a horario la negra inmensidad con su brutal boca abierta nos hubiera contemplado a nosotros… empañando nuestros cristales, exhalando ese hálito de hierbas frescas.

Ya en Oruro buscamos donde alojarnos y tras dejar el equipaje salimos de recorrida. Plaza principal, casco céntrico, museos, mirador. 


Pero los segundos más emocionantes de nuesto fugaz paso por esta ciudad carnavalera están impresos en estos videos:

Domadores del cartón 




Sobre una ruta pavimentada, aunque famosa por los accidentes, llegamos a La Paz. La primer vista de esta ciudad es impactante, portadora de un contraste paradójico: su forma de olla, a causa de sus cerros perimetrales, dejan en la altura a las clases más carenciadas, y a medida que descendemos y nos acercamos al centro, imperan los grupos de mayor poder.


En “El Alto” viven los que están al borde. 
En “La Paz” intentan vivir los demás entre el caos y el ruido.


Nos quedamos en el hostal Jiménez, a pocas cuadras del centro y sobre una cortada donde los brujos, sentados a la sombra en un banquito adivinan el futuro en la hoja de coca.
Una mañana se escucharon voces familiares en la galería del hostal. Luci (prima de Pedro) y cuatro amigos andaban haciendo recorridos similares, y en este breve punto del mapa el camino fue el mismo para los dos grupos.


Con ellos, otro argentino, un muchacho de Francia y otro de Ecuador, como una familia numerosa nos organizamos en las comidas, compartimos interminables rondas de mates, tejimos macramé y salimos a la noche a distraernos entre música y cerveza.

Ellos siguieron su viaje, nosotros continuamos persiguiendo las metas planteadas.

Nos propusimos no tocar la plata del banco, generar ingresos con la música y las artesanías que fueran suficientes para satisfacer todas las necesidades diarias y más. Era una manera de visualizar los meses siguientes, de ver como una realidad el seguir viajando… esforzándonos lo que demande porque lo vivido hasta aquí demostraba que valía la pena seguir andando.


Estudiamos un poco los movimientos, los lugares, los horarios y la gente… luego nos organizamos.
Nos levantábamos temprano y luego del desayuno tejíamos hasta media mañana, vendíamos pulseras y aros hasta el almuerzo y luego descansábamos en el hostal. Salíamos a vender nuevamente y a la tardecita volvíamos a merendar, templábamos la guitarra, las voces y salíamos de gira.

Luego de tocar un par de noches en los restaurantes marcamos los más cálidos y rendidores para armar un circuito en el cual no irnos tan lejos de la zona, no gastar la voz en sitios donde no te oyen y hacer dinero sintiéndonos cómodos y a gusto.


Se conoce harta* gente en las recorridas por los restaurantes y vendiendo en la calle. A los paisanos sencillos y personajes, viajeros de razo y alto turismo, artesanos y vendedores, verdaderos laburantes y predicadores pasatiempistas. Gente buena, gente mediocre. El primer grupo es el que nos ha dejado buenos recuerdos: Juan, argentino instalado en La Paz, haciéndonos sonido y compartiendo música; Vicente, dejándonos tocar en su restaurante y esperándonos con un plato de comida; Caty y Cristina, regalándonos consejos para tener buenas ventas; Adaiah, Alex y Esterella, mostrándonos nuevos senderos, llenándonos el espíritu de luz.

Preferimos tocar ante tres personas a tener que hacerlo ante treinta. Aunque la gorra fuera buena siempre queda un gusto amargo cuando se toca ante un público bullicioso a quien le es intrascendente que ese par de muchachitos se plante a mostrar la música de su país.



Miradas esquivas, murmullos que retoman una charla concluida. Manos afiebradas… titubeantes ante el riesgo de zambullirse en un bolsillo y liberar un par de fichas.


Es que el acto de pasar la gorra, esa situación en la que el artista espera una retribución por su puesta en escena, no debiera ser para el público un momento incomodo. Innumerables veces nos vemos sometidos por la sociedad de consumo, presionados a elegir un producto o contratar un servicio… muchas veces sin saber realmente de qué se trata. Comprando imágenes, plantillas, portadas, discursos, caras. Ligeras  palabras.


El artista elige dar. Busca miradas y una vez conseguidas seguirá hurgando hacia adentro, hasta encontrar un vergel donde sembrar su obra. Busca conectar para transmitir, sin contratos ni firmas. Arriesgándose a que el espectador baje un manto impermeable reacio a una garúa de sentidas emociones.





En menos de dos semanas teníamos el dinero suficiente para relajarnos unos cuantos días en la Isla del Sol a orillas del Titicaca.




*harta: bolivia. mucha, demasiada.

08 marzo 2010

Salar de Uyuni

En villazón estuvimos apenas un par de horas. Tomamos aire y atravesamos las cuadras estresadas de reiterantes pregones que nos separaban de la estación de trenes. Este ferrocarril es la continuación del Belgrano que antes unía Buenos Aires con La Quiaca, pero ahora solo quedan las ruinas en el noroeste argentino.

Boleto en mano, equipaje en la bodega... partimos hacia Uyuni comenzando un viaje distino. Retumba el martilleo en los andenes y en nuestro pecho la incontenible alegría.


El tren se va internando entre qubradas, cerros colorados, atraviesa praderas y sembradíos de choclo y quinoa. Cada tanto, distantes a varias horas, desde el techo de alguna casita los niños saludan contentos. Quizás ansíen que llegue esa hora para tener contacto con la gente que viene de ese otro mundo... mundo lejano por tiempo y distancias, por necesidades y recursos.

Llegamos a Uyuni a la madrugada, buscamos donde dormir y descansamos nuestros cuerpos para la maratón que empezaría en pocas horas. A media mañana nos embarcamos en una excursión de tres días a bordo de una 4 x 4.


Nuestra brújula venía bastante trastocada. Un nuevo país, las inentendibles vueltas del tren, el arribar a oscuras y al tanteo una ciudad dormida fue como desmenuzar la Rosa de los vientos y sacudirla dentro de una bolsa de tela... y por si acaso, si quedaba algún valiente capaz de orientarse en medio de tanta confusión, luego de una hora de viaje nos vemos en medio de un desierto de sal de 12.000 km2... donde el horizonte se fue a dar un paseo y nos dejó con un dilema entre el infinito cielo y su infinito reflejo.











Otra de las paradas fue el Cementerio de Trenes. Inmensas máquinas de hierro surgen en medio del desierto, anhelando su época de oro, rogando que no las desmantelen. Como dos niños inquietos exploramos su interior y nos transformamos en maquinistas, azafatas y viajeros del siglo pasado... reviviendo las historias de un pueblo detenido en el tiempo. más info del lugar




Laguna Verde, Colorada, Onda, Cañapa y Hedionda; aguas termales, heladas y tóxicas; volcán Ollague y Lincancabur; magnesio, azufre, bórax, mucha sal, arena y rocas; geisers en erupción, chorros de agua, vapor y fumarolas; flamencos, llamas, vicuñas y perdices...




 

Desierto, mallines, desierto, oasis... desierto en todas sus maneras y combinado con las más extrañas formaciones que nos remontan al despertar de este mundo.





Hicimos un circuito de más de 900 kilómetros por una región considerada parte del desierto de Atacama. Es immposible crear una dimensión a la distancia de lo que es este lugar... las palabras, fotos o videos son nada comparados con el impacto que produce estar ahí. Ajenos a pretender un puesto como promotores en la oficina de turimo boliviana, recomendamos la visita al Salar de Uyuni y alrededores. Derriba los muros para que vuele la imaginación. Es una verdadera conexión entre el mundo que fue y el que será...