Garzas viajeras, novias leves del azul 
con rumbo norte salpicando el cielo van 
y aqui mi río espejo muestra su vuelo               
como si fuera un pañuelo que enero lavando está.

20 mayo 2010

Cuzco 1ª parte

Queríamos navegar el río Madre de Dios para entrar a Perú por Puerto Maldonado, pero en Capitanía nos dijeron que eran pocos los que hacían ese viaje y que no había migraciones en la frontera para sellar pasaporte.


Julio César nos volvió a construír un puente para comprar boleto barato sin pasar por el riachuelo del regateo... El andar tantos kilómetros nos demostró que el camino mas complicado son esos escasos metros para entrar y salir de las terminales. 


Desde todas las agencias salen como un enjambre gritándote mil destinos, te manotean el equipaje, prometen los mejores servicios. Si uno dice que el bus va a demorar 16 horas, otro grita 15! y ya salta un sinverguenza atrevido que asegura por 13.
Nunca jamás, si querés que te cobren lo justo, preguntes el precio a los de la empresa. Y si en un descuido se te escapa empiezan a estudiarte para ver cuánto te van a cobrar de "bonus": te miran de pies a cabeza como si estuvieran tildando características en una planilla imaginaria...

- Pareja de extranjeros: $ clin! $
- Cabellera rubia: $ clin! $
- Cara de cansados: $ clin! $



... por último, si no te sacaron bien el acento, hacen alguna pregunta tonta para confirmar la nacionalidad y ahora sí suman todo.




Viajamos hasta Cobija para cruzar a Perú por la puntita de Brasil. Las fronteras demarcan mundos muy distintos: las motos dejan las calles de tierra al salir de Bolivia, revisan los permisos y se calzan los cascos para lanzarse por las avenidas iluminadas del lado Brasilero. Emerge en un segundo, al cruzar la línea, el concepto de "tránsito" y se empiezan a ver algunos controles policiales.


En un Portuñol paupérrimo averiguamos transporte para entrar a Perú... y allá fuimos.



De Pesos Bolivianos a Reales, y luego a Soles... en el entrevero de diferentes monedas a cambio oficial y cambio en las calles, sabiendo que todavía nos faltaba tomar un bus, cuando sacamos cuentas teníamos chirolas. Un alemán que conocimos en el camino nos prestó algo de dinero para llegar a Cuzco.




Si anunciás tu entrada a Perú es cantado que te preguntan si vas a Macchu Pichu. Ya lo hacían durante nuestro tránsito por Bolivia e incluso cuando asomamos por Jujuy: muchos daban por hecho que teníamos esa cruz en el mapa. Sin embargo no estaba decidido. Imaginarnos en un lugar tan cocurrido, visitado sistemáticamente por turistas de todo el mundo, de fama mundial y de una postal que dificilmente no tengas en la memoria... la primer sensación que surje es que entraríamos al cine a ver el súper estreno de la última novedad de gran polémica anunciada por Hollywood.




Y por otro lado... nos mata la intriga! si bien Flor ya lo conocía, esta vez era diferente: desde Córdoba en adelante veníamos visitando todo tipo de templos, huacas, ruinas, pucarás; ibamos siguiendo las huellas que los Incas habían dejado a lo largo y ancho de desiertos, cordilleras y valles, sintiendo su marca de dominio en los restos de tantas comunidades aborígenes latinoamericanas... que se volvía tan interesante esta visita contextualizada que parecía conservar calentitas las últimas pisadas, que nos daba el pie para descubrir las cosas antes que alguien las señale, que nos servía en bandeja de plata la primer hoja del libro que se había caído hace siglos en quién sabe qué baúl.
¿Qué hacer?

Mientras conocíamos la ciudad y sus alrededores, paseando y chambeando, tacharíamos la interrogante.




A las 5 am llegamos a la Plaza de Armas de Cuzco. Apenas un débil resplandor asomaba por los cerros para devolverle el color a las cosas. Todavía no habíamos bajado las mochilas y sentimos ser esa gota de sangre que despierta a los carroñeros... o tal vez la natural depresión del terreno, que en otros tiempos guiaba al arroyo que ahora yacía entubado bajo la plaza, habría conducido a todos los promotores de los hoteles hacia nosotros.


Arrebatados, chocandose entre ellos, acosando... uno termina por convencernos a un precio inmejorable. Nos lleva hasta el hotel, habla con la dueña y nos acomoda en una habitación matrimonial con baño privado, TV, sofá y ventanas.




En la puja con los otros buitres creyó que estaríamos solo 3 o 4 días para ir a Macchu Pichu y luego partir... pero nuestros planes eran otros. Esta vez a Yimi su picardía para los negocios no le funcionó muy bien. En la primer semana de nuestra estadía lo oíamos entrar a los gritos preguntando por Central, Maradona, el Che y el asado... las otras 2 semanas que nos quedamos disfrutamos el silencio.


Desde la terraza se podía ver gran parte de la ciudad. Algunas plazas, varias iglesias, la catedral, millones de tejas rojizas y balcones de madera tallada que vomitan siglos sobre la angostura de esas callejuelas.




Con ladrillos de barro, adobe, troncos y cañas; con enormes bloques de roca y tirantes de madera, de una u otra manera en Cuzco se cocinó una arquitectura que alzó viviendas y templos de distinguida fama.


En ese tiempo habíamos sumado algunas canciones al repertorio, asi que en la recorrida por los restoranes empezamos a ofrecer conciertos de una hora y media. Cruzamos de ida y vuelta esas callecitas las veces que hizo falta. Pisoteamos los adoquines de subida y de bajada, abrigados con lanas y músicas.




Este modo de andar, este lento caminar, estos pasos que silencian a cada paso nos permitieron oír otras voces, otras canciones. Las que canta el de al lado, aquel otro, el de más allá... y es tan bella la complicidad que eso cultiva, ese acompañar desde la mirada, ese abrazo de versos. Es tan lindo compartir el grito y el susurro.



Chambeando: trabajando, laburando.

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